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domingo, 7 de julio de 2013

Traducción

Siempre / Always - Bon Jovi

Canción y video oficial de Bon jovi - Always


Este romeo esta sangrando
pero no puedes ver su sangre
No es nada mas que algunos sentimientos
que este viejo perro pateó.

Ha estado lloviendo desde que te fuiste
ahora me estoy ahogando en la inundación.
Ya ves que siempre he sido un luchador
pero sin ti me doy por vencido.

Ahora no puedo cantar una canción de amor
de la manera en que debería ser.
Bueno creo que ya no soy tan bueno nunca más
pero bebe esto soy solo yo.

Coro:
Y yo te voy a amar, bebe,
siempre
y yo estaré allí,
Algún día
por siempre y para siempre

Estaré allí hasta que las estrellas no brillen
hasta que el cielo explote y el mundo no rime
Yo se que cuando yo muera
tu estarás en mi mente
y te amare por siempre.

Ahora las fotos que dejaste atrás
son solo recuerdos de una vida diferente,
Algunos que nos hicieron reír,
Algunos que nos hicieron llorar,
Uno que te hizo a ti decir adiós.

Lo que daría por recorrer mis dedos por tu pelo,
tocar tus labios, por tenerte cerca.
Cuando haces tus oraciones
trata de entender que cometo errores
 soy solo un hombre.
Cuando el se te tiene cerca
Cuando el te sostenga cerca
Cuando el dice las palabras
que tu deseabas escuchar
Yo deseo ser él
porque esas palabras eran mías
para decírtelas a ti hasta el fin de los tiempos.

Y yo te voy a amar bebe
siempre
y yo estaré allí
Algún día por siempre y para siempre

Si me pides que llore por ti, yo podría
Si me pides que muera por ti,  lo haría
Echa un vistazo a mi cara
No hay  precio que no pagaría
 por decirte estas palabras.

Bueno no hay tal suerte
en estos dados llenos
pero bebe si me darías
solo un intento más
nosotros podríamos empacar nuestros sueños
y nuestra vieja vida.
Nosotros encontraremos un lugar
donde el sol todavía brille.

Y yo te voy a amar bebe
siempre
y yo estaré allí
Algún día por siempre y para siempre ....


Autor: Melany Luciano Camilo.

martes, 26 de marzo de 2013

Vindicación del libro


La consideración de la biblioteca como ámbito casi religioso,  como refugio o templo donde el hombre halla abrigo en su andadura huérfana por la tierra, la expresa, quizá mejor que nadie, Jean-Paul Sartre, en su hermosísima autobiografía Las palabras, donde comparece el niño que fue, respaldado por el silencio sagrado de los libros: "No sabía leer aún, y ya reverenciaba aquellas piedras erguidas -escribe Sartre con unción-: derechas o inclinadas, apretadas como ladrillos en los estantes de la biblioteca o noblemente esparcidas formando avenidas de menhires. Sentía que la prosperidad de nuestra familia dependía de ellas. Yo retozaba en un santuario minúsculo, rodeado de monumentos pesados, antiguos, que me habían visto nacer, que habían de verme morir y cuya permanencia me garantizaba un porvenir tan tranquilo como el pasado". Esta quietud callada y a la vez despierta de los libros, esta condición suya de dioses penates o vigías del tiempo que velan por sus poseedores y abrigan su espíritu los convierte en el objeto más formidablemente reparador que haya podido concebir el hombre.

El libro, en apariencia inerte y mudo, nos reconforta con su elocuencia, porque entre sus páginas se aloja nuestra biografía espiritual; y es esta capacidad suya para invocar los hombres que hemos sido es lo que lo convierte en nuestro interlocutor más valioso y ajeno a las contingencias del tiempo.

Yo también puedo decir con legítimo orgullo que "los libros fueron mis pájaros y mis nidos, mis animales domésticos, mi establo y mi campo", como escribe Sartre en algún pasaje de su autobiografía. También para mí la biblioteca ha sido, como para Sartre, "el mundo atrapado en un espejo"; también para mí la lectura ha sido una vocación de permanencia que ha exaltado y consolado mis días. Por eso contemplo con cierto preocupado escepticismo esas proclamas más o menos elegíacas que nos hablan de la muerte inminente de estos compañeros del alma. Los profesionales de la catástrofe y los apóstoles del progreso coinciden en afirmar que los avances en el ámbito de las comunicaciones electrónicas acabarán expoliando ese templo tan costosamente erigido a lo largo de los siglos. Jamás he participado de esta visión fatalista y lúgubre; como Humberto Eco, pienso que las nuevas tecnologías están difundiendo una nueva y pujante forma de cultura, pero se muestran incapaces de satisfacer todas nuestras demandas intelectuales.

La comunicación electrónica viaja por delante de nosotros, se adelanta a nuestras inquisiciones, procurándonos un copioso caudal de información; los libros, en cambio, viajan con nosotros y acicatean nuestras pesquisas, deparándonos el difícil venero del conocimiento. Precisamente porque no ofrecen soluciones rápidas e instantáneas, precisamente porque estimulan nuestra curiosidad perenne, tienen la supervivencia garantizada.

Habría que analizar sin ofuscaciones jeremíacas, junto a sus ventajas utilitarias innegables, los perjuicios o pérdidas que nos inflige la lectura electrónica. La digitalización de textos, las redes y foros interactivos han conseguido liberarnos de las "ataduras" del libro; de este modo, la lectura electrónica se ha convertido en una especie de "simultaneidad textual" que inculca un sentido fragmentario de la realidad, repudia las elaboraciones abstractas, disminuye nuestra capacidad retentiva y mutila nuestra percepción de la historia. También devalúa nuestra especial actitud ante el lenguaje; a nadie se le escapa que las palabras leídas o escritas en la pantalla de un ordenador (palabras cambiantes que se desvanecen o actualizan sin cesar) poseen un estatuto menos estable que las palabras inamovibles de un libro. La comunicación electrónica niega el carácter ritual y perdurable del lenguaje, que es como negar sus posibilidades como vehículo para transmitir conocimiento, relegándolo a una mera condición vicaria de transmisor de informaciones. Así se alcanza ese estadio pavoroso de depauperación lingüística, donde las arquitecturas sintácticas se desploman y los matices de la expresión -la ironía y la metáfora, la argumentación y el ingenio verbal- son suplantados por un rudimentario conglomerado del que ha desertado la belleza.

Existe, además, una razón primordial por la que el libro mantendrá siempre su supremacía sobre la lectura electrónica. Se trata de su condición de abrigo para el espíritu, de esa especial disposición para trascender y explicar el tiempo y garantizarnos "un porvenir tan tranquilo como el pasado". Cada vez que nos asomamos a un libro, escapamos de un mundo aturdido por la banalidad y el vértigo para lanzarnos a la conquista de otro mundo más verdadero y postular una realidad enaltecedora. La peculiaridad de esta conquista consiste en que no se trata de un mero ejercicio de evasión, pues -como muy bien entendió Proust- la lectura deja libre la conciencia para la introspección reflexiva. Al leer no nos limitamos a absorber contenidos, a estimular nuestras dotes imaginativas o a mejorar nuestras habilidades verbales; por el contrario, regresamos a nuestro mundo aturdido por la banalidad y el vértigo con una cosecha de iluminaciones que irradian su influjo sobre la realidad y nos enseñan a ser mejores. Este viaje de ida y vuelta, además, nos hace dueños de nuestro propio tiempo, de nuestra duración en la tierra; la aventura de leer un libro nos proporciona el incalculable gozo de aprehender y comprender nuestra vida, no sólo los acontecimientos que poblaron su pasado, sino también los que otorgarán su argumento al incierto y multiforme futuro. Esta sensación de clarividencia explica, por ejemplo, ese curioso fenómeno que todo lector verdadero ha experimentado: con frecuencia nos ocurre que tratamos de evocar en vano el asunto de un libro que nos hizo felices en el pasado, y, sin embargo, ¡cuán vívidamente recordamos el estado de ánimo, el clima espiritual en que la lectura de dicho libro nos instaló, proyectándose como una reminiscencia hacia el futuro!

Creo, con cierta certeza, que esta compleja y hermosa forma de clarividencia, este sutilísimo consuelo espiritual que alumbra nuestros días sólo nos lo puede procurar un libro, jamás un artilugio electrónico. Quizá porque, como decía al principio, el libro es un objeto sagrado que nos habita por dentro y nos vincula religiosamente con la vida. Sabemos que los israelitas condenados al destierro custodiaban el rollo de pergamino del Torah en el Arca de la Alianza, un receptáculo portátil que reproducía en miniatura el templo de Salomón. Los libros siempre han propendido a ocupar un recinto sagrado; no me refiero ya a las populosas y exactas bibliotecas, sino al recinto más sagrado del alma humana. Puedo concebir, en un esfuerzo de la imaginación, una utopía funesta como la que ideó Roy Bradbury, en la que los libros hayan sufrido persecución y alimentado el fuego, como pájaros asesinados, para sobrevivir instalados en la memoria agradecida de unos pocos hombres libres. No puedo concebir, en cambio, a un hombre libre deshabitado de libros; sería tanto como imaginarlo desposeído de alma, extraviado en los pasadizos lóbregos de un mundo que no comprende.

Juan Manuel de Prada

martes, 19 de marzo de 2013

(Poema) Palabras

Palabras con aroma amargo
Que se manifiestan con color a sufrir
Alimentadas de desesperanzas y decepciones
Anhelando volver a empezar a vivir

Buscando un camino a la felicidad
Esperando olvidarme del pasado
Buscando alejarme de la soledad
Pero sin desear volver a estar a tu lado

Dalma Moya


lunes, 4 de marzo de 2013

La coherencia y la cohesión

Para que un texto sea tal, es necesario que tenga unidad de sentido y de forma, es decir, que las palabras y oraciones que lo componen estén relacionadas entre sí.
La coherencia y la cohesión son los elementos que tejen estas relaciones entre unidades del lenguaje, lo que quiere decir que todo texto, para ser considerado como tal, debe ser coherente y cohesivo.

Coherencia: es la relación logica entre las partes o elementos de algo sin que se opongan ni contradigan entre si. Un texto es coherente si en el encontramos un desarrollo preposicional lógio, es decir, si en sus proposiciones mantiene una estrecha relación lógico semántica.

Cohesión: se refiere al modo como los componentes de la estructura de un texto están íntimamente conectados con la secuencia. Se le ha relacionado con el éxito en la comprensión de lectura, con la capacidad de resumir y recordar textos y con el procesamiento de la información.